Un día en el Real Plaza de Chiclayo
Chiclayo. Cuatro jóvenes vestidas con un conjunto de lycra que resalta su bella silueta aparecen patinando en la esquina de dos céntricas avenidas. Cuando el semáforo se pone en rojo, dos de ellas se paran frente a los autos y extienden una colorida banderola mientras las otras dos reparten volantes entre los conductores.
Este acto, que las patinadoras repiten en otros tres puntos muy transitados del centro histórico, es la singular forma que el mall construido por una compañía de seguros de vida, ha encontrado de promocionar su campaña de liquidación de ocho días.
“Diles que no dejen de sonreír”, le recomienda Jimena Campodónico, jefa de marketing del mall, a la encargada de coordinar con las patinadoras luego de entregarle una caja llena de volantes para que se las lleve.
Jimena, una chiclayana alta y delgada, me ha recibido en su oficina por la mañana, pero me pide que regrese a tomar las fotografías por la tarde porque a esa hora llega más gente.
Ahora son las 10:30 y todavía falta media hora para que el Real Plaza, que es como se llama el inmenso centro comercial, abra sus puertas. Está silencioso y si no fuera por el paso de algunos trabajadores que llegan a tomar sus posiciones en las tiendas diría que desolado.
Afuera, un señor que vino de Chepén a realizar unos trámites y quería aprovechar su breve estancia en Chiclayo para conocer el mall se va frustrado porque el vigilante le ha dicho desde el otro lado de la reja que todavía no hay atención. Los liberteños estamos acostumbrados a comprar desde las nueve.
Como he llegado demasiado temprano y ya estoy aquí, me he puesto a conversar con Cinthya, una joven de 20 años que trabaja como degustadora en uno de los establecimientos que ocupan el patio de comidas.
“Es una buena oportunidad de empleo para los jóvenes porque la mayoría de negocios ofrece la posibilidad de trabajar a medio tiempo”, me dice mientras limpia la barra del puesto.
Parece que aquí los techos tienen ojos porque un agente de seguridad que viste camisa y corbata interrumpe nuestra conversación para pedirme mi nombre y otros datos. Felizmente se limita a tomar nota de ellos y luego se marcha para dejarnos seguir hablando.
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El mall, que atiende de corrido hasta las 11 de la noche, ha sido construido por Interseguros, una compañía del Grupo Interbank, con una inversión superior a los 60 millones de soles.
La misma empresa planea construir un centro comercial de similares características en Trujillo, pero las dificultades para encontrar un terreno adecuado viene postergando el proyecto desde hace varios años.
En Chiclayo, el mall ha sido construido al sur de la ciudad, en la avenida Bolognesi, en un terreno de 63 mil metros cuadrados que anteriormente ocupó la planta de Nestlé.
El mall ocupa un área construida de 17.640 metros cuadrados y sus principales atractivos son una tienda por departamentos de Saga Falabella, nueve salas de Cineplanet, el almacén de ropa Topy Top y los juegos mecánicos de Happyland.
Además cuenta con una playa de estacionamiento para más de 400 autos y un patio donde están los establecimientos de Pardos Chicken, Pizza Hut, Kentucky Fried Chiken, Bembos y otras cadenas de comida rápida.
Pero el eje central del centro comercial es una calle interior que está situada entre la tienda de Saga y lo que se espera sea más adelante un supermercado. A lo largo de esta galería que desemboca en el patio de comida, están repartidos los negocios pequeños, como Interbank, Claro, la cadena de calzado Paylesshoes, Z Bookstore, ópticas Vision Center, Tiendas Efe, Boticas Arcángel, Platanitos, Radio Shack, entre otras.
Cuando el mall fue inaugurado a comienzos de diciembre pasado, los ejecutivos de Domus, la empresa creada por Interseguros para gerenciar el proyecto, explicaron a los medios que el concepto de centro comercial con una calle como eje central está inspirado en esa costumbre muy arraigada en provincias de ver a las plazas como punto de encuentro y esparcimiento familiar.
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Ahora son las cinco de la tarde y el mall comienza a llenarse de gente. Al centro del patio de comidas, una banda de rock hace pruebas de sonido. Estoy tomando fotos y otra vez un cortés hombre de seguridad se me acerca para confirmar si soy la persona que su jefe le ha dicho que va a estar tomando fotos, sólo que esta vez me pregunta cuánto tiempo me llevará hacer las vistas.
Mientras se comunica con su jefe por radio, pienso que él debe de ser uno de los más de 600 chiclayanos a los que según la nota de prensa que me entregó Jimena, el mall ha dado empleo. De ellos, 230 trabajan en Saga Falabella que es sin duda, el negocio más importante de Real Plaza.
La cadena chilena ha construido una tienda que no tiene nada que envidiarle a sus locales de Lima sobre un área de 4.500 metros cuadrados, el mayor del centro comercial, con la posibilidad de llegar a los 5.500 dependiendo de los resultados que obtenga en su primer año de operación.
“La proyección es muy buena. El negocio comenzó un poco lento, pero ahora la gente ya conoce el centro y viene con su familia”, me cuenta Andrea de la Gala, una gentil arequipeña que es la gerente de tienda.
“Estamos recibiendo unas 3 mil personas diarias y 8 mil los fines de semana (sumando sábado y domingo). La proyección es llegar a las 5 mil personas diarias entre semana”, añade.
El número de clientes de la financiera CMR también se ha incrementado con la apertura del Real Plaza. De las 36 mil cuentas activas que tenía a fines de octubre del año pasado, ha pasado a tener 42 mil.
Saga ha invertido un millón y medio de dólares en la construcción de esta tienda y está concentrada en atraer a ella a los consumidores de clase media baja que es el segmento más grande del mercado chiclayano.
“Estamos tratando de demostrarles que tenemos precios al alcance de todos. En temporadas de liquidación, por ejemplo, pueden conseguirse aquí cosas a precios más bajos que en los mercadillos de la ciudad”, asegura la ejecutiva.
Para conseguir su propósito, la cadena, que no es nueva en Chiclayo (entró en el 2000 con una tienda pequeña como la de Trujillo), organizó la semana pasada un desfile de modas y planea ofrecer una demostración de preparación de dulces y tragos para el Día de la Madre.
“La idea es que Saga marque en Chiclayo la tendencia en moda y tecnología”, me precisa la ejecutiva mientras acompaña en un paseo por la tienda.
Con la inclusión la semana pasada de la sección de Perfumería, la tienda ofrece ahora la totalidad de líneas y marcas propias que sus pares de Lima. Lo único que no puede conseguirse son los productos de marcas independientes como Benetton o Tommy Hilfiger porque el local no dispone aún de los espacios que estas empresas piden.
“Quizá el próximo año si se amplía la tienda”, dice la ejecutiva.
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De la Gala, que viene de administrar la tienda de Saga en Arequipa, tiene una apreciación personal sobre el consumidor de provincias: “El vestuario y la tecnología no son su primera necesidad sino la comida. El consumidor limeño, en cambio, es más presuntuoso. La idea es cambiar eso ofreciendo moda y convenciendo a la gente de que acá siempre va a encontrar cosas nuevas y a su alcance”.
Curiosamente, el suntuoso centro comercial está ubicado en un pueblo joven y la ejecutiva de Saga no tiene problemas en decirlo. “Se llama Diego Ferré”, precisa y cuando le pregunto dónde queda me lo señala desde una de las dos puertas de la tienda.
La llegada del mall ha favorecido a este pueblo con la revalorización de los predios, construcción de edificios y aparición de negocios como cabinas de Internet, locutorios, restaurantes y hostales. El poblado que era poco seguro y únicamente un punto en el camino hacia el aeropuerto de la ciudad, es transitado ahora por un mayor número de líneas de combis, buses y taxis.
“En Diego Ferré había pura casucha. Ahora han aparecido hasta edificios”, comenta Humberto Quiroz, un ex trabajador de la cooperativa azucarera Pomalca que ha residido la mitad de sus 80 años de vida en la avenida Bolognesi, muy cerca del pueblo joven y ahora también al frente del centro comercial.
Son cerca de las 6 de la tarde y ya son tres los agentes de seguridad que cuento que se han acercado a preguntarme quién soy. Pero felizmente ya estoy haciendo las últimas fotos en la puerta de entrada del mall. Hubiese querido irme de ahí despidiéndome de una de las patinadoras, pero tengo que conformarme con estrecharle la mano al que se ha tomado el trabajo de seguirme hasta la puerta. Nada es perfecto.